jueves, 13 de septiembre de 2007

Límites del lenguaje


Quiero poner como primer eje de discusión los límites del lenguaje. Debo reconocer que es un tema que me atormenta ya desde algunos meses. Cuando leí hace unos dos años el postulado de Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, mi alma se exaltó. Una persona con un vocabulario de 20 palabras, sí, tiene un mundo de 20 cosas, de 20 perspectivas, de 20 posibilidades, de 20 sensaciones. Por demás decirlo, un horizonte muy corto. ¿Era mi mundo mi lenguaje?, me llevó a pensar aquel fantástico Tractatus Lógico.

Y su ya frase mítica: “de lo que no se puede hablar, mejor es callarse” me atrapó. Sí, no se puede hablar de todo lo que está más allá del lenguaje, el plano de la creencia, la religión, la metafísica. Callarse no significa en este caso dejar de hablar, sino significa que el silencio sea el espacio donde lo fundamental, donde la cosa misma, pueda hablar por sí sola. Donde el “ser” se haga a la luz, se desoculte, en palabras de Heidegger. Dice Hodgson, “se postula al silencio, no ya como la ausencia o la privación de la palabra, sino como un ejercicio filosófico por el cual se efectúa el pasaje de la demostración conceptual y argumentativa de la cosa a su mostración, permitiendo que la cosa hable en lugar de hablar de ella”. Fantástico. Lo único que hacemos al hablar, al conceptualizar, al categorizar, es atacar al propio mundo. “Cuando el verbo no existía, el hombre moraba en la tierra y recibía en silencio los poderes de la naturaleza, y sin comprender aún su ley, se avenía a ella. Todo era silencio apacible. El ser fluía haciéndose uno con el universo. Luego, la palabra irrumpió y el hombre se hizo poderoso. La palabra advino y el ser se agitó y ya no fue apacible. Y recibió la naturaleza sólo para doblegarla, para servirse de ella”. Es una postura pesimista. Pero el razonamiento es válido. Siempre que hablamos del mundo, ya lo estamos doblegando, atacando. Greenpeace también lo ataca, lo demuele.
Este tema merecería un capítulo aparte. Abro el canal de las opiniones. Pero vuelvo al tema de los límites del lenguaje. Siguiendo con Wittgenstein, si los limites de mi mundo son los límites del lenguaje, conocerlos sería la última barrera para pasar a lo inefable, a lo indecible. Y allí, en el terreno de lo inefable, reside lo fundamental. Allí no llegó el hombre con sus palabras (armas) y es en ese espacio donde la cosa, donde el mundo, habla por sí mismo. Lo inefable es lo real.
Recupero a Hudson para no extenderme. Éste autor trabaja la relación de Wittgenstein con el Budismo Zen, recomiendo su lectura: “La estructura lógica de nuestra mente procede de la naturaleza del lenguaje. Por ello, no es posible postular a la mente como una “sustancia” y luego a la lógica como uno de sus atributos, sino que ambos se constituyen simultáneamente. En el mismo orden, la “sustancia pensante”, aislada de las condiciones materiales de la lógica de la cual se sirve y del sujeto que hace uso, tal como lo hemos visto aparecer desde Descartes, puede considerarse como la expresión paradigmática de los dualismos propios de la filosofía occidental. La superación de estos dualismos, en cuya tarea, se había embarcado Wittgenstein, inscribe su proyecto en el marco de una filosofía radical. Wittgenstein desafiará esta lógica, la conducirá más de una vez hasta sus propias inconsistencias, revelará sus tautologías, su sin sentido, la hará colisionar contra sí misma. Y para ello se ha valido de ciertos procedimientos que son los propios límites del lenguaje”.
Son preguntas “irrelevantes” o bien carentes de respuestas. Están destinadas al sobresalto del que las lee. Genera un efecto traumático en el pensamiento, “conduciendo al discípulo hacia el límite de la mente, hacia el límite de sus posibilidades. El salto por encima del límite es la “iluminación”, siendo la trascendencia su efecto más relevante”.
Doy los ejemplos de Wittgenstein, que daba en su clase (como me hubiera gustado cursarla, aunque sea de oyente).
¿Puede una máquina sufrir un dolor de muela?
¿Cuál es el color del número tres?
¿Puede ejecutarse a un ladrón que no existe?
Hay que pensarlas. Pero son chocantes en sí mismas. Si a alguien se lo ocurren más ejemplos, estaría bueno compartirlos. Pensar los límites siempre ayuda. Hasta la próxima. Me guardo el arraigo, un tema para el mes próximo.

1 comentario:

alamar dijo...

Te pregunto algo, a modo de filosofía barata y coloquial que es la unica a la que tengo acceso por el momento, tal vez porque este blog me parece muy bueno y me interesa tu opinion.
¿Forma el género literario ficcional parte de la trascendencia, iluminación, ya que es el único de contestar esas preguntas (y muchas mas)?